jueves, 22 de diciembre de 2016

Culpabilidad, Responsabilidad y Tibieza


El otro día leí un artículo de Rosa Montero publicado el 18 de diciembre en El País, titulado “Malditos sean los tibios”, y me sorprende que la gente asuma o comparta su contenido, que lo difunda y hasta que le dé un me gusta. Yo podría dejarlo pasar, pero no es la primera vez que leo u oigo este argumento, en síntesis: que todos los males del mundo son culpa de los indiferentes, de los que no se implican, de los que no se oponen a la injusticia, que estos son lo peor, peores incluso de que los agresores, asesinos, etc. Un disparate del que reproduzco unas frases:
        
“Pero los cobardes morales ni siquiera se plantean abandonar su zona de ensimismado confort. Los auténticos culpables de que la vida pueda ser tan cruel y de que la Tierra se convierta en un valle de lágrimas son los tibios de corazón, quizá sean, por desgracia, la mayoría de los seres humanos, y son quienes no se enfrentan a los energúmenos, quienes no protegen a los indefensos, quienes permiten con su callosa indiferencia que el Mal campe a sus anchas. Toda esa gentuza es la peor. Citas del Apocalipsis, en donde Jesús dice: “Conozco tus obras, sé que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras lo uno o lo otro! Por tanto, como no eres frío ni caliente, sino tibio, estoy por vomitarte de mi boca”. Siempre hemos sabido que los culpables del horror del mundo son los tibios de corazón. Malditos sean.”

Primero: Es un disparate decir que el culpable de del suicidio de un adolescente, el de un asesinato machista o del exterminio de la población civil siria sean los que llama tibios de corazón, los que no hacen nada para impedirlo, todos nosotros. No, el culpable es el agresor, el tirano, el asesino. Son ellos quienes causan el daño, arruinan vidas y socavan la convivencia. Y razonamientos como este solo hacen desviar la atención, justifican en parte sus actos (no se hizo lo posible, fallaron las medidas de control, la sociedad me hizo así, etc), frivoliza con conceptos tan claros como el de culpabilidad, el dolo y la culpa. No, los malditos son los malos, esos que supongo que Jesús creo que denomina calientes (o fríos, no, ¿los fríos son más tibios que los tibios?) ¿De verdad es preferible aquel que quema viva a su pareja, el que se come el corazón de su víctima ante las cámaras, a los indiferentes, al resto de la humanidad? ¡Por favor!

Dice el artículo 5 del código penal que No hay pena sin dolo o imprudencia. El dolo es la voluntad deliberada de cometer un delito a sabiendas de su ilicitud. La imprudencia supone la infracción de una falta de cuidado o de diligencia de las que resulta o puede resultar lesionado un bien jurídico. Y luego están los delitos de omisión, que pasan al punto siguiente. Esto es perfectamente reproducible a nivel social y hasta moral, no es un concepto jurídico abstracto ni oscuro. Es claro, comprensible y está incluido en las normas de conducta que nos damos para vivir en sociedad. Aquí no hay lugar ni distinción para los tibios o los indiferentes, estos no son culpables, ni jurídica y socialmente, salvo que estén obligados a ello, como lo están determinados funcionarios públicos, empleados y quienes se encuentren en una situación en la que les sea exigible una actuación concreta. Son los llamados delitos de omisión.


Segundo: Además de los culpables podemos distinguir a los responsables del delito. Y aquí distinguiría dos tipos: Los responsables civiles, que asumen y sufren las consecuencias de la acción de su perro, hijo, empleado o alumno. Es una figura legal que solo en algunas ocasiones puede ser responsable de los actos del culpable, pero que en la mayor parte de los casos es una víctima más que debe pagar por los actos de otro. Por responsables en sentido propio hablo de aquellos que por su puesto o conocimiento pudieron haber evitado el injusto y no lo hicieron cuando tenían el deber (moral o legal) de hacerlo. Si el deber está determinado en la norma (el médico que no socorre a un paciente o el policía que no evita un atraco) nos encontramos ante un delito por omisión. Si no es así, si estamos ante una falta de cuidado  o interés como por ejemplo el caso del profesor que no se preocupa de vigilar el acoso escolar,  el padre que oculta las agresiones de su hijo, etc, podríamos calificar a esas personas de responsables del hecho, no a nivel penal ni pecuniario, como mucho un reproche social que algunos hasta entenderían justificado. 

Tercero: Y finalmente están todos los demás, el resto de la humanidad. Los tibios, los indiferentes, los ajenos a la actuación injusta. Los no responsables, los no culpables. Y todos entramos en ese calificativo de tibios ¿estamos condenados? No, no somos responsables del injusto, ni en un proceso penal, ni ante la sociedad. La indiferencia y falta de actuación son conceptos muy volubles. ¿Qué grado de actuación se requiere para no ser tachado de indiferente, cual es el nivel de compromiso exigible? Lo adelanto: no tiene fin ni medida. ¿Es suficiente con acudir a tres manifestaciones al año, apagar la luz media hora o marcar la casilla de fines sociales en el IRPF? No, tibio e indiferente puede ser aquel que no impide una paliza de skins, quien no intenta salvar a un niño de un incendio, el que no cede su segunda vivienda a los sin techo o no renuncia al resto del sueldo no imprescindible para su subsistencia. Estoy seguro de que la madre del chico calcinado que intentó salvar a alguien en una casa en llamas, o la mujer del que recibió veinte puñaladas intentando evitar una paliza no encontraron consuelo en las palabras héroe o buen ciudadano. ¡Ah, pero si esos ni siquiera son héroes o personas ejemplares!, solo eran personas normales en su papel de ciudadano normal, el mínimo exigible para no ser considerado un maldito tibio.


Y ojo con las actuaciones en defensa del desvalido. Puedes cometer un delito de retención ilegal, de realización arbitraria del propio derecho o creer que actúas bajo la eximente de legítima defensa (de un mal propio o ajeno) y resultar condenado por no cumplir con alguno de los requisitos. Los justicieros, como los criminales huyen de la policía para no terminar en la cárcel.    

Pondré un par de ejemplos nada dramáticos: Hace poco en las noticias se aplaudía la actuación de un anciano que se interpuso en la carrera de un ladrón que corría tras robar un bolso de un tirón. Entendí perfectamente la declaración indignada de su mujer, preocupada por su vida o su salud. El propio implicado respondió que lo hizo sin pensar, que fue una acción instintiva. Yo comprendo al hombre, pero sobre todo a su mujer.

El otro es un caso en el que actué como abogado de la víctima en un caso de quebrantamiento de una orden de protección derivada de un delito de maltrato. El dueño de una tienda tuvo que acudir como testigo al cuartel de la guardia civil, al juzgado de instrucción y al juzgado de lo penal. Su testimonio no era esencial para el caso, su testimonio puesto en tela de juicio y el mismo ni siquiera fue tenido en consideración en la sentencia. Por prestarse a declarar el hombre perdió tres mañanas en las que su negocio permaneció cerrado. Estoy seguro que la próxima vez que se vea en una situación parecida dirá que el no vio ni escuchó nada.


Con esto no quiero criticar a los que se comprometen, se movilizan y luchan contra las injusticias, que gozan de mi apoyo y mi respeto. Pero no pueden exigir del resto la misma actuación u opinión, ni insultar o maldecir sin motivo a quienes no comparten sus ideales o inquietudes. Hay personas que infringen las leyes y otros que las cumplen. Hay personas e instituciones encargadas de velar por la salud y seguridad de todos, organizaciones de apoyo a los desfavorecidos, un sistema democrático de elección de nuestros representantes y unas normas cívicas de comportamiento que nos ayudan a convivir. Ir más allá en la exigencia de responsabilidades me parece, cuanto menos, injusto.      

       

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