Yo viví durante la transición, pero no viví la transición. Así que de inicio parece temerario hablar sobre algo de lo que solo tengo referencias. Pero como es un tema recurrente en la vida pública y política española, más tras el aniversario del 23-F y la muerte de Suárez, creo acertado dar mi opinión. Vistas la cantidad de sandeces que se dicen a diario sobre este asunto, no será la peor.
Antes es forzoso recomendar la lectura "Anatomía de un instante", el magnífico ensayo-novela de Javier Cercas, que he tenido el placer de leer recientemente y cuya lectura debería ser, más que obligada, necesaria. Y sí, en la misma se disecciona el golpe del 23-F (sobre el que me extenderé en otra entrada), pero también analiza con acierto todo el período de la transición y a su principal figura: Adolfo Suárez.
Tras la muerte de Adolfo Suárez (1932-2014) todo el mundo se ha puesto de acuerdo en ensalzar su figura, otorgarse su legado, atribuirse sus méritos. También en ocultar también sus carencias, sus fracasos, como si poner estos de relieve fuera un crimen contra la nación. Y por supuesto en olvidar las zancadillas y puñaladas que le pusieron o asestaron.
Lo mismo ocurre con La Transición. Y es lógico, pues no se pueden separar el uno de la otra, el creador de su criatura (En la novela de Mary Shelley solo había un Frankenstein, el doctor). Todos se aprovechan de la impunidad que concede el tiempo y el olvido.
En Enero de 1.981 todo el mundo quería expulsar a Suárez del gobierno. Hasta tal punto llegó la tensión que casi dan al traste con el proceso democratizador, todos alentaron, de forma voluntaria o no, la intentona golpista del 23 de febrero
En una reunión con su vicepresidente, el general Gutiérrez Mellado, celebrada meses antes del 23-F, este le preguntó: "Dime la verdad, presidente: aparte del Rey, de tí y de mí ¿hay alguien más que esté con nosotros?". La respuesta que podía darle era que SI, había uno más, y NO, que el rey tampoco estaba con ellos. No estaban con Suárez:
1) El Rey, que lo nombró presidente del gobierno en julio de 1.976 para transformar la España franquista en una monarquía parlamentaria a la europea, lo veía ahora, cumplida con éxito su misión, como un lastre para su propia imagen. La crisis económica y la inacción o desgobierno de Suárez durante 1.980, pusieron al país al borde del abismo, y el Rey, que había hipotecado su futuro al del presidente, deseaba soltar lastre. De hecho, cuando Suárez se le comunicó su decisión de dimitir, lo único que dijo el rey fue un frío: "Sabino, este se vá"
2) Todo el arco parlamentario, por motivos objetivos: el gobierno y el presidente iban a la deriva durante el último año, las tensiones nacionalistas, la crisis económica, y la lógica de partidos atacando al que ostenta la mayoría. Y por motivos personales. El presidente era un seductor que tenía hipnotizado al electorado, asegurándose el apoyo popular pese al pésimo balance que presentaba.
3) Entre los partidos políticos especialmente el Partido Socialista, que se había visto ganador de las elecciones del 79 y no digirió la derrota electoral, sometió al gobierno y especialmente a Suárez a un acoso y derribo que dejó muy tocado al presidente. La famosa moción de censura presentada en mayo de 1980 (que aunaba talento político y malas artes) dejó en evidencia las carencias del jefe del ejecutivo y ensalzó la figura de Felipe González como futuro presidente del gobierno.
4) Su propio partido. La UCD era un conglomerado contra-natura de pequeños partidos políticos de derecha, centro derecha, liberales, socialdemócratas, etc., en el que Suárez aterrizó por sorpresa para presentarse a las elecciones del 77. Como su presencia casi aseguraba el triunfo electoral, le hicieron un hueco a costa de otros candidatos que se creían mejor preparados y con más méritos para ser cabeza de cartel. Y es que para su propio partido era un advenedizo sin cultura ni formación que ni siquiera compartía su(s) idea(s) de estado. No obstante, como todos partidos la UCD solo ansiaba el poder, por eso lo toleraron mientras les fue útil. Cuando se vio que el barco se iba a pique todos intentaron desprenderse del capitán. Lo querían fuera para intentar tener alguna opción en las próximas elecciones, incluso pactar con un oportuno golpista un posible gobierno de concentración nacional.
5) Las patronales, los sindicatos, estamentos varios y los países con intereres en España, que veían como única salida a la crisis económica que asfixiaba al país era la renuncia del presidente, de forma voluntaria o forzada, pues abocada al país a la quiebra y a un más que probable golpe de estado.
6) Y sobre, no lo estaba ejército, que era masacrado a diario por ETA, que había tolerado a regañadientes la imposición de la figura de Rey como jefe del Estado, así como el intento de Suárez y Gutiérrez Mellado de modernizar y acomodarlo a la Constitución. Pero sobre todo entendió como una traición la legalización del Partido Comunista (más cuando les prometió que no lo haría), por lo que de golpe se vieron respaldando a un parlamento que integraba al Enemigo contra el que se levantaron el el 36. En ese momento la mayoría de las fuerzas armadas hubiera apoyado un nuevo alzamiento y el fusilamiento público del traidor.
Por eso se puede decir que durante 1.980 y hasta el 23 de febrero de 1.981, Suárez estaba solo, como en las 2 primeras fotos de esta entrada. Como en la tercera, mirando con gesto serio a su grupo, buscando una cara amiga, no una sonrisa forzada.
En cuanto a los apoyos, quitando a Gutiérrez Mellado, que se la había jugado a una sola carta y no tenía escapatoria, solo contaba con uno, con un solo hombre: Santiago Carrillo.
La historia de cómo el secretario general del Partido Comunista y el (ex)secretario general de Falange sentaron las bases de la transición a la democracia merece capítulo aparte. Baste decir que ambos coincidían en lo esencial: sabían donde querían llegar, y ambos fueron tan lúcidos para darse cuenta que precisamente para olvidar había que tener memoria.
No es todos estuvieran en contra de Suárez únicamente para ocupar su puesto o por rencillas personales. El mismo dilapidó sus credenciales en un año terrible marcado por la falta de respuestas ante la mayor crisis (económica e institucional) que ha soportado España, agravada por la bisoñez democrática.
Como buen político, estaba enganchado al poder, convencido que el era el único capaz de gobernar el país, y no se dio o no quiso darse cuenta de que no era el presidente que España necesitaba, que nadie lo apoyaba. Esa cerrazón nos costó un intento de golpe de estado y el riesgo de una nueva Guerra Civil.
El, que no tenía formación política y no sobresalía en la académica, se había manejado como nadie entre las bambalinas del régimen, a base de intuición y adulación fue medrando en sus sistema que se desmoronaba con la muerte del dictador, pero que él conocía como nadie.
Apostó por el Príncipe Juan Carlos y de su mano fue ascendiendo en el engranaje franquista. Con sus dotes supo colocarse a última hora en la terna de candidatos a presidente del gobierno que disponía el Rey en julio de 1.976.
Para todo el mundo su nombramiento fue una sorpresa. Un joven advenedizo de provincias sin formación y sin carrera política era nombrado presidente del gobierno, el presidente que para unos debía perpetuar el régimen, y para otros guiar al país a la democracia.
Desde su nombramiento hasta las elecciones de marzo de 1.979, imprimió a política un ritmo enloquecido que desarmó a todo el mundo. Las reformas y cambios eran tan rápidos, osados y desconcertantes, que dejó a todo el mundo sin respuesta. Gracias a ese ritmo consiguió legalizar el PCE, que el movimiento se auto-aniquilara, unas elecciones democráticas, una constitución, la vertebración del Estado en Comunidades Autónomas, etc.
Cada nuevo anuncio del Consejo de Ministros era otro salto sin red del que milagrosamente salía bien parado. Tenía un instinto natural para saber como y cuando tomar esas decisiones y las dotes de persuasión necesarias para que todo el mundo las asumiera y las tomara como propias.
El problema vino después, cuando terminó el frenesí reformista y era necesario gobernar España, hacer frente a la crisis, a ETA, a los militares, a la política internacional. En ese momento se bloqueó, se vieron claramente sus limitaciones como estadista, su falta de experiencia y de programa político. Finalizado el frenesí reformista, se convirtió en un estorbo para todos. Todo el mundo lo sabía menos el mismo. Todos intentaron a su modo acabar con el, en parte porque tenían motivos, en parte porque le temían
La figura de Adolfo Suárez merece ser ensalzada, cualquier homenaje que se le rinda me parecerá pequeño, pero sin hipocresías ni plañideras, por favor. Su figura merece ser recordada, no distorsionada.
No veo otra persona capaz de llevar a cabo el milagro de la transición. Un embaucador, un charlatán capaz de vender a políticos, militares y ciudadanos su idea reformista y hacerles creer que eran ellos mismos quienes la demandaban. Alfonso Guerra lo llamó una vez Tahur del Misisipi, y si, era el insulto de un rival político en campaña, y se le he reprochado hasta la saciedad, pero también tenía parte de razón, por eso caló en la ciudadanía y en el recuerdo.
Ese tahur, fulero, prestidigitador, ilusionista, nos trajo hasta aquí. Y eso es lo que cuenta, su intención de transformar España en una democracia Europea. Como he dicho, creo que otro no lo habría hecho.
Pero no fue el mejor presidente de la democracia, porque para eso demostró que no valía. Tampoco ningún partido puede irrogarse su legado, porque Suárez era su propio partido. Ni fue de la UCD, ni fue de centro ni de derecha, y hasta perdió el control del partido que creó a su imagen, el CDS. Era un político tan puro que no puede encasillarse en unas siglas, tan puro que carecía de ideología. El era su partido, y por eso estaba solo.
En cuanto a la transición, por un lado se la protege como una revelación divina que hay que adorar bajo peligro de excomunión, y por otro se le imputan todos los males de la actualidad. Para mí fue la única vía para el entendimiento en un país en que si algo ha destacado es en matar al hermano. Nosotros podemos modificar ese pacto, mejorarlo, pero no debemos dinamitarlo. Mucha sangre, sudor y lágrimas han sido necesarios para sellarlo.
Para terminar me haré eco de una reflexión que hace Miguel Aguilar en un artículo que no he logrado localizar, en el que se asombra que nuestra generación se sienta más orgullosa de sus abuelos, que hicieron la guerra, que de nuestros padres, que hicieron la transición.
Aquí os dejo un enlace con un artículo de Javier Cercas sobre la transición y la web de la Fundación Transición Española, por si queréis ampliar vuestros conocimientos.
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